lunes, 10 de septiembre de 2018

EL CONCILIO DE NICEA, EL PRIMER CONCILIO ECUMÉNICO DE LA CRISTIANDAD


QUIÉN LO CONVOCÓ: Constantino I el Grande

CUÁNDO FUE CONVOCADO: 20/05/325

CUÁNDO FINALIZÓ: 25/07/325

PORQUE FUE CONVOCADO:

El emperador Constantino I apoyaba al cristianismo (aunque era, y seguiría siendo hasta el día de su muerte, pagano, se convirtió en cristiano arriano antes de fallecer) y por eso les había dado libertad para reunirse y practicar su culto sin persecuciones. Constantino sabía de las divisiones y las constantes luchas hasta callejeras, con heridos y muertos entre arrianos y no arrianos, que existían en el seno del cristianismo, por lo que, siguiendo la recomendación de Osio de Córdoba, convocó a un concilio ecuménico de obispos en la ciudad de Nicea, con el propósito de establecer la paz religiosa y construir la unidad de la Iglesia cristiana. Constantino no quería otra guerra civil en el imperio romano. Tenía en mente más la unidad y la paz del Imperio que las cuestiones teológicas. La mayoría de los miembros del concilio eran obispos orientales, con sólo unos siete representantes de Occidente. Las decisiones del concilio fueron tanto doctrinales como canónicas de suma importancia para la cristiandad.

OBJETIVOS

El objetivo era hacer que los obispos aceptaran como acuerdo que se creía en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho, en el cielo y en la tierra; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y volverá para juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo.

También trataron temas como la controversia sobre la celebración de la Pascua y el cisma de Melecio. El primero de ambos se encuentra tratado como Controversia Pascual; el segundo, como Melecio de Licópolis.

Dado que carecemos de las actas del concilio, no podemos estar seguros de su desarrollo. Doctrinalmente, la cuestión más importante era el arrianismo. Arrio había sido condenado ya por su obispo, Alejandro de Alejandría (ca. 230), por su afirmación de que el Hijo era una creatura (ktisma o poiéma).  Eusebio de Cesarea presentó un credo de su Iglesia, probablemente un credo bautismal de Jerusalén, que pudo servir de base para el credo adoptado por el concilio. Se añadieron cuatro frases clave con el fin de excluir los principios arrianos. 

Se decía del Hijo que era de la misma esencial-sustancia que el Padre (ek tés ousias tou patros),  Dios verdadero de Dios verdadero (theon aléthinon ek theou aléthinou),  engendrado, no creado (gennéthenta ou poiéthenta),  consustancial con el Padre (homoousion tó patri).  Esta última frase era la negación más clara de la postura arriana; el Hijo participaba del ser mismo del Padre. Pero la palabra sería más tarde controvertida: podía entenderse en un sentido material; podía tener un significado modalista; algunos sostenían que había sido condenada en Pablo de Samosata; no era bíblica. Pero dada la significación que los arrianos daban a la Escritura, las declaraciones doctrinales no podían limitarse al lenguaje bíblico.

Junto a su profesión de fe, el concilio promulgó una serie de anatemas contra diversas posiciones: «Los que dicen: hubo un tiempo en que no existió, y: antes de ser engendrado, no existió, y: fue hecho de la nada o de otra hipóstasis o naturaleza,  pretendiendo que el Hijo de Dios es creado o sujeto de cambio y alteración».


ACTITUD DE CONSTANTINO DURANTE EL CONCILIO DE NICEA

Constantino I o Constantino el Grande como era también conocido actuó como un mediador y un impulsador del concilio de Nicea, no se inmiscuyo en las cuestiones teológicas, sirvió de garante de lo que se dijera allí fuera aceptado por todos.

RESOLUCIONES:

Los acuerdos que se tomaron durante el concilio de Nicea fueron llamados cánones y son los siguientes:

Canon 1: sobre la admisión, apoyo o la expulsión de clérigos castrados por elección o por violencia (prohibición de la auto castración).
Canon 2: reglas que deben observarse para la ordenación de catecúmenos conversos evitando la prisa excesiva, y la deposición de los culpables de una falta grave.
Canon 3: prohibición a los miembros del clero de vivir con cualquier mujer, excepto una madre, hermana o tía.
Canon 4: la ordenación de un obispo debe realizarse por todos los obispos de la provincia, pero en caso de urgencia por al menos tres obispos.
Canon 5: respecto a la excomunión.
Canon 6: prevalecen las antiguas costumbres de la jurisdicción del obispo de Alejandría en Egipto, Libia, Pentápolis y Roma, el de Antioquía y demás provincias. No se deben nombrar obispos sin el consentimiento del metropolitano.
Canon 7: confirmación del derecho de los obispos de Jerusalén a disfrutar de ciertos honores.
Canon 8: respecto a la readmisión de novacianos.
Canon 9: el que sea ordenado sin examen, será depuesto si se descubre culpable.
Canon 10: los lapsis que han sido ordenados a sabiendas deben ser excluidos cuando se conozca su irregularidad.
Canon 11: penitencia a imponer a los apóstatas de la persecución de Licinio.
Canon 12: penitencia que se imputará a los que apoyaron a Licinio en su guerra contra los cristianos.
Canon 13: indulgencia a otorgar a las personas excomulgadas en peligro de muerte.
Canon 14: penitencia a los catecúmenos que apostataron bajo persecución.
Canon 15: los obispos, sacerdotes y diáconos no van de una Iglesia a otra y deben ser restituidos si lo intentan.
Canon 16: a los clérigos se les prohíbe salir de su iglesia. Prohibición formal para los obispos de ordenar para su diócesis a un clérigo perteneciente a otra diócesis.
Canon 17: a los clérigos se les prohíbe prestar a interés.
Canon 18: recuerda a los diáconos su posición subordinada con respecto a los sacerdotes. No administrarán la Eucaristía a presbíteros, ni la tocarán delante de ellos, ni se sentarán entre los presbíteros.
Canon 19: los paulinitas deben ser rebautizados y las diaconisas contadas entre los laicos.
Canon 20: los domingos y en Pentecostés todos deben orar de pie y no arrodillados.

CONSECUENCIAS:

Algunas de las consecuencias del concilio de Nicea son:

Se pronunció el fallo en contra de los arrianos por lo que fueron desterrados a Iliria y excomulgados.

Se realizó un acuerdo sobre cuándo celebrar la Pascua, que era la fiesta más importante del calendario eclesiástico. Y se determinó seguir la usanza judía, de la determinación de la fiesta.

Se decidió la supresión del cisma meleciano y se decidió que Melecio de Licópolis permaneciera en su propia ciudad de Licópolis en Egipto, pero que no ejerciera ninguna autoridad para ordenar nuevo clero. Se le prohibió entrar a la ciudad o en otra diócesis a ordenar.

Los melecianos se unieron a los arrianos provocando más disensiones hasta que finalmente se extinguieron a mediados del siglo V.

Se organizó la Iglesia en patriarcados y diócesis, dándoles el mismo rango a las sedes patriarcales de Roma, Alejandría, Antioquía y Jerusalén, cuyos titulares recibieron el nombre de arzobispos. (OJO NO SE INSTAURO EL PAPADO) los mismos arzobispos tenían el mismo rango, y solo la edad era el que entre ellos tenía mejor rango.

EL CREDO DE NICEA LA MÁS IMPORTANTE CONFESIÓN DE FE:

Muchos “teólogos titulados” e historiadores enseñan la falsedad de que el famoso Concilio de Nicea, del año 325 D.C, fue un Concilio trinitario, y que el Credo resultante de ese Concilio, el Credo de Nicea, enseña la doctrina de la Trinidad. En este apartado veremos la falsedad de esa enseñanza.
El Concilio de Nicea estableció la doctrina bíblica de la DIVINIDAD DEL MESÍAS, ¡pero no la doctrina de la Trinidad!

"Creemos en un solo Dios Padre todopoderoso, Creador de cielo y tierra, de todo lo visible e invisible. Creemos en un solo Señor, Jesús el Mesías, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo; por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la virgen, y se hizo hombre. Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado. Resucitó al tercer día, según las Escrituras, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre.
De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede  del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Creemos en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Reconocemos un solo Bautismo para el perdón de los pecados.
Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén."

Este Credo de Nicea fue deformado y pervertido mucho tiempo después, pues le añadieron otras frases inventadas por los falsos teólogos, y a ese Credo se le conoce como el "Credo de Atanasio", el cual sí que es un Credo trinitario, muy diferente al Credo de los Apóstoles y al Credo de Nicea. Esto trajo como consecuencia el “Gran Cisma de Oriente” en el año 1054, por esas añadiduras. Ya estaba en su apogeo el papado y el catolicismo romano…

Los catolicos dicen que todos los obispos de Nicea eran trinitarios, pero eso es una estupidez mayúscula, y una falsedad. Ya he demostrado que el Credo de Nicea NO ES TRINITARIO, no aparece en dicho Credo la doctrina de la trinidad por ninguna parte. (y ojo yo creo en la Trinidad, pero en este Concilio, la verdad es que no está reflejado en ninguna parte.)

Esos obispos que aceptaron el Credo del Concilio de Nicea lo que aceptaron es la doctrina bíblica de LA DIVINIDAD DEL MESÍAS, ¡pero no la doctrina de la trinidad!, es decir, lo que ellos aceptaron es que el Mesías jamás fue creado, sino que él es Dios verdadero procedente del Dios verdadero, tal como está plasmado en ese hermoso Credo Niceno.

Que dentro de esos obispos de Nicea había algunos obispos y teólogos trinitarios, ¡por supuesto que los había!, pero NO QUEDÓ REFLEJADA EN EL CREDO NICENO, ¿por qué?, ¡por la sencilla razón de que la mayoría de los obispos de Nicea NO ERAN TRINITARIOS!, pues si todos ellos, o la mayoría, hubieran sido trinitarios, entonces el dogma trinitario aparecería bien clarito en el Credo Niceno.

Lo que quedó reflejado en el Credo de Nicea -repito- fue la doctrina de la divinidad y eternidad del Verbo de Dios, que era lo que negaban los herejes liderados por Arrio, y por eso es que en el Credo Niceno no hay ni una sola palabra donde se diga que Dios es trino, o que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean un solo Dios. Nadie puede decir, a menos que mienta, que el Concilio de Nicea era trinitario, o que el Credo de Nicea es un Credo trinitario.

“Sola scriptura”: la única fuente de autoridad para la doctrina está en la Biblia. En el Concilio de Nicea se estableció el Canon Bíblico actual.
“Sola fidei”: Solo mediante la fe en Cristo el hombre recibe la salvación gratuita.
“Sola gratia”: el hombre recibe la salvación de parte de Dios de forma gratuita. El hombre no puede merecer o adquirir la salvación por sus propios medios.
“Solus Cristus”: el único mediador o intercesor entre Dios y los hombres es Cristo: no aceptan la intercesión de los santos.
“Soli Deo gloria”: solamente a Dios se puede dar gloria, adoración y veneración.

BIBLIOGRAFIA:


Diccionario de Eclesiología Autor(es): Christopher O´Donell - Salvador Pié-Ninot.
Diccionario Teológico Enciclopédico Autor(es):Pacomio, Luciano.
Gabriela Briceño V. En su magnífica disertación sobre Nicea en la página web  https://www.euston96.com/concilio-de-nicea/

jueves, 6 de septiembre de 2018

LOS OFICIOS DE CRISTO (SEGUNDA PARTE) EL OFICIO DE SACERDOTE


En el Antiguo Testamento, los sacerdotes eran nombrados por Dios para ofrecer sacrificios. También ofrecían oraciones y alabanzas a Dios en nombre del pueblo.

Mediante su ministerio «santificaban» al pueblo o le hacían aceptable para acercarse a la presencia de Dios, si bien es cierto que de una forma limitada en el período del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento Jesús se convirtió en nuestro sumo sacerdote. Este tema lo encontramos ampliamente desarrollado en la carta a los Hebreos, donde encontramos a Jesús funcionando como sacerdote en dos maneras.

1. Jesús ofreció un sacrificio perfecto por el pecado. El sacrificio que Jesús ofreció por los pecados no fue la sangre de los animales como los toros o machos cabríos: «Ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados» (Heb 10:4). En su lugar, Jesús se ofreció a sí mismo en sacrificio: «Si así fuera, Cristo habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo.

Al contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (Heb 9:26). Fue un sacrificio completo y definitivo, que nunca habrá que repetirse, tema en el que con frecuencia se hace hincapié en el libro de Hebreos (vea 7:27; 9:12, 24-28; 10:1-2,10,12,14; 13:12). Por tanto, Jesús cumplió todas las expectativas que fueron prefiguradas, no solo por los sacrificios del Antiguo Testamento, sino también por medio de la vida y acciones de los sacerdotes que los ofrecían: él fue a la vez el sacrificio y el sacerdote que ofrecía el sacrificio. Jesús es ahora el «gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos» (Heb 4:14) y el que se ha presentado «ante Dios en favor nuestro» (Heb 9:24), puesto que él ha ofrecido un sacrificio que acaba para siempre con la necesidad de otros sacrificios.

2. Jesús continuamente nos lleva cerca de Dios. Los sacerdotes del Antiguo Testamento no solo ofrecían sacrificios, sino que también en una forma representativa entraban a la presencia de Dios en fechas determinadas a favor del pueblo. Pero jesús hace mucho más que eso. Como nuestro perfecto sumo sacerdote, nos lleva continuamente a la presencia de Dios de forma que ya no tenemos necesidad de un templo como el de Jerusalén, ni de un sacerdocio especial que esté entre Dios y nosotros. Y jesús no entra a la parte interior (el lugar santísimo) de un templo terrenal En Jerusalén, sino que ha ido a lo que es equivalente al lugar santísimo en el cielo, a la misma presencia de Dios en el cielo (Heb 9:24). Por tanto, tenemos la esperanza que le seguiremos allí: «Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre» (Heb 6:19-20). Esto quiere decir que tenemos un privilegio mucho más grande que el que tuvieron los creyentes que vivieron en los tiempos del templo del Antiguo Testamento. Ellos ni siquiera podían entrar al primer cuarto en el templo, el lugar santo, porque solo los sacerdotes podían entrar allí. y solo el sumo sacerdote podía entrar al cuarto más interior del templo, es decir, al lugar santísimo, y solo podía hacerlo una vez al año (Heb 9:1-7). Cuando Jesús ofreció un sacrificio perfecto por los pecados, la cortina o velo del templo que cerraba el lugar santísimo se rasgó de arriba abajo (Luc 23:45), indicando de esa forma simbólica en la tierra que el camino de acceso a Dios en el cielo había quedado abierto mediante la muerte de Jesús el Cristo. Por tanto, el autor de Hebreos puede exhortar de esta manera tan asombrosa a todos los creyentes:

Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe. (Heb 10:19-22)

Jesús abrió para nosotros el camino de acceso a Dios de manera que podamos continuamente acercamos a la misma presencia de Dios sin temor, con «plena libertad» y con la «plena seguridad que da la fe».

3. Como sumo sacerdote, Jesús ora continuamente por nosotros. Otra de las funciones sacerdotales en el Antiguo Testamento era la de orar a favor del pueblo. El autor de Hebreos nos dice que Jesús también cumple con esta función: «Por esto también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (Heb 7:25). Pablo afirma lo mismo cuando dice que Cristo Jesús «está a la derecha de Dios e intercede por nosotros» (Ro 8:34).
Algunos han argumentado que esta actividad de intercesión como sumo sacerdote es solo el acto de permanecer en la presencia del Padre como un recordatorio continuo de que él ya ha pagado el castigo por todos nuestros pecados. Según este punto de vista, Jesús no hace en realidad oraciones específicas a Dios el Padre sobre necesidades individuales en nuestra vida, y que «intercede» solo en el sentido de permanecer en la presencia de Dios como nuestro sumo sacerdote que nos representa.
Sin embargo, este punto de vista no parece coincidir con el vocabulario que se usa en Romanos 8:34 y Hebreos 7:25. En ambos casos, la palabra intercede traduce el término griego entygcano. La palabra no parece indicar simplemente «estar ante alguien representando a otra persona», sino que tiene claramente el sentido de hacer peticiones o solicitudes específicas delante de alguien. Por ejemplo, Festo usa la palabra para decirle a Agripa: «Aquí tienen a este hombre. Todo el pueblo judío me ha presentado una demanda contra él» (Hch 25:24). Pablo también la usa en cuanto a Elías cuando «acusó a Israel delante de Dios» (Ro 11 :2). En ambos casos las peticiones son muy específicas, no solo representaciones generales.

Podemos concluir, entonces, que tanto Pablo como el autor de Hebreos están diciendo que Jesús vive continuamente en la presencia de Dios para hacer peticiones específicas y para llevar a Dios peticiones específicas a nuestro favor. Esta es una función de Jesús, como Dios-hombre, para la que está singularmente calificado.

Aunque Dios se cuida de todas nuestras necesidades en respuesta a su observación directa (Mt 6:8), no obstante, a Dios le ha placido en sus relaciones con la raza humana, actuar más bien en respuesta a la oración, porque, al parecer, él es glorificado mediante la fe que se muestra por medio de la oración. Son especialmente agradables para él las oraciones de hombres y mujeres creados a su imagen y semejanza.

En Cristo, a un hombre verdadero y perfecto, que ora por nosotros y de ese modo Dios es glorificado continuamente mediante la oración. Así nuestra condición humana se eleva a una posición exaltada: «Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 T. 2:5).
Pero solo en su naturaleza humana Jesús no podía ser, por supuesto, un sumo sacerdote así para todo su pueblo en todo el mundo. Él no podía oír las oraciones de personas que estaban lejos, no podía escuchar las oraciones que eran solo dichas en la mente de las personas. Él no podía oír todas las peticiones simultáneamente (porque en el mundo en cualquier momento determinado hay millones de personas que están orando a Jesús). Por tanto, a fin de ser el sumo sacerdote perfecto que intercede por nosotros, él tiene que ser Dios además de hombre. Él tiene que ser uno que en su naturaleza divina puede conocer todas las cosas y llevarlas a la vez a la presencia del Padre. Con todo, debido a que se hizo hombre y continúa siendo un hombre, tiene el derecho de representarnos ante Dios y puede expresar su petición desde la perspectiva del sumo sacerdote compasivo que conoce por experiencia lo que nosotros estamos pasando.

Por tanto, Jesús es la única persona en todo el universo que puede por toda la eternidad ser un sumo sacerdote celestial que es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, exaltado para siempre sobre los cielos.

El pensamiento de que Jesús está continuamente orando a nuestro favor debe darnos gran aliento. Él siempre ora por nosotros conforme a la voluntad del Padre, de manera que podamos saber que sus peticiones son concedidas. Berkhof dice:

“Es un pensamiento consolador saber que Cristo está orando por nosotros, incluso cuando somos negligentes en nuestra vida de oración; que está presentando al Padre aquellas necesidades espirituales que no estaban presentes en nuestra mente y que a menudo olvidamos incluir en nuestras oraciones; y que ora por nuestra protección en contra de peligros de los que no estamos conscientes, y en contra de enemigos que nos amenazan, aun cuando nosotros no nos demos cuenta. Está orando que nuestra fe no cese y que salgamos al final vencedores.”


LOS OFICIOS DE CRISTO (PRIMERA PARTE) EL OFICIO DE PROFETA


Había tres oficios principales en el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento: El de profeta (como Natán, 2 Sam 7:2); el de sacerdote (como Abiatar, 1 Sam 30:7), y el de rey (como el rey David, 2 Sam 5:3). Estos tres oficios eran distintos. El profeta comunicaba el mensaje del Dios al pueblo; el sacerdote ofrecía los sacrificios, las oraciones y alabanzas a Dios en nombre del pueblo; el rey gobernaba al pueblo como representante de Dios. Estos tres oficios anticipaban la obra de Cristo en maneras diferentes. Por tanto, ahora podemos examinar de nuevo la obra de Cristo pensando en el significado de estos tres oficios o categorías.' Cristo cumplió estos tres oficios en las siguientes formas: Como profeta nos revela a Dios y da a conocer las palabras de Dios; como sacerdote ofrece un sacrificio a Dios a nuestro favor y él mismo es el sacrificio; y como rey él gobierna sobre la iglesia y también sobre el universo. Vayamos ahora al estudio de cada uno de ellos en detalle.

Cristo como profeta

Los profetas del Antiguo Testamento le comunicaban al pueblo las palabras de Dios. Moisés fue el primer gran profeta, y escribió los primeros cinco libros de la Biblia, el Pentateuco. Después de Moisés hubo una sucesión de otros profetas que hablaron y escribieron las palabras de Dios. Pero Moisés predijo que en el futuro vendría otro profeta como él.

El Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A él sí lo escucharás. Eso fue lo que le pediste al Señor tu Dios.. ,. y me dijo el Señor: .,. «Levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande». (Dt 18:15-18)

Sin embargo, cuando estudiamos los evangelios vemos que a Jesús no se le ve primariamente como profeta ni como el profeta como Moisés, aunque hay referencias ocasionales a este efecto. Con frecuencia los que llaman a Jesús un «profeta» conocen muy poco acerca de él. Por ejemplo, varias opiniones estaban circulando acerca de Jesús: «Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16: 14; cf. Lc 9:8). Cuando Jesús resucitó al hijo de la viuda de Naín, las personas estaban atemorizadas y dijeron: «Ha surgido entre nosotros un gran profeta» (Lc 7: 16). Cuando Jesús le habló a la mujer samaritana junto al pozo algo acerca de su vida pasada, la mujer inmediatamente respondió: «Señor, me doy cuenta de que tú eres profeta» Juan 4: 19). Pero en ese momento ella no conocía mucho acerca de él. La reacción del hombre que había nacido ciego cuando lo sanó en el templo fue similar: «Yo digo que es profeta» Juan 9:17; notemos que su creencia en Jesús como Mesías y divino no viene hasta los versículos 37-38, después de la subsiguiente conversación con Jesús). Por tanto, «profeta» no es una designación primaria de Jesús ni una que se use con frecuencia acerca de él.

De todos modos, había la expectativa de que el profeta semejante a Moisés vendría (Dt 18:15,18). Por ejemplo, después que Jesús multiplicó los panes y los peces, algunas personas exclamaron: «En verdad éste es el profeta, el que ha de venir al mundo» Juan 6: 14; y. 7:40). Pedro también identificó a Cristo como el profeta que Moisés predijo (vea Hechos 3:22-24, citando Dt 18:15). Así que Jesús es el profeta que Moisés predijo.

Sin embargo, es significativo que en las epístolas nunca se habla de Jesús como profeta ni como el profeta. Esto es especialmente significativo en los primeros capítulos de Hebreos, porque allí había una oportunidad clara de identificar a Jesús como profeta si el autor hubiera querido hacerlo. Empieza diciendo: «Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo.
A éste lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo» (Heb 1: 1-2). Entonces después de hablar de la grandeza del Hijo en los capítulos 1-2, el autor no concluye esta sección diciendo: «Por tanto, consideren a Jesús, el más grande de los profetas», o algo parecido a eso, sino que más bien dice: «Por lo tanto, hermanos, ustedes que han sido santificados y que tienen parte en el mismo llamamiento celestial, consideren a Jesús, apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos» (Heb 3:1).

¿Por qué evitan las epístolas del Nuevo Testamento el llamar a Jesús profeta? Al parecer porque, aunque Jesús es el profeta que Moisés anticipó, es mucho más grande que cualquiera de los otros profetas del Antiguo Testamento, en dos maneras:

1. Él es aquel acerca de quien se hablaba en las profecías del Antiguo Testamento. Cuando Jesús habló con los dos discípulos en el camino a Emaús, él los llevó por todo el Antiguo Testamento, y les mostró que las profecías apuntaban hacia él: «Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras» (Lc 24:27). Les dijo a estos discípulos: «iQué torpes son ustedes, y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas!, y les señaló: «¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas Cosas antes de entrar en su gloria?» (Lc 24:25-26; cf. 1 Ped 1:11, donde se dice que los profetas del Antiguo Testamento testificaron «de antemano acerca de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que vendría después de éstos»). Así que los profetas del Antiguo Testamento apuntaban al futuro hacia Cristo en lo que escribieron, y los apóstoles del Nuevo Testamento miraban hacia atrás a Cristo e interpretaban su vida para beneficio de la iglesia.

2. Jesús no fue simplemente un mensajero de revelación de Dios (como lo fueron todos los otros profetas), sino que él mismo era la fuente de la revelación de Dios. Más bien que decir como solían hacer todos los profetas del Antiguo Testamento «Así dice el Señor», Jesús podía empezar su enseñanza con autoridad divina con la asombrosa declaración: «Pero yo les digo ...» (Mt 5:22; et al.). La palabra del Señor venía a los profetas del Antiguo Testamento, pero Jesús habló en base a su propia autoridad como el Verbo eterno de Dios Juan 1: 1) que nos revelaba perfectamente al Padre Juan 14:9; Heb 1:1-2).

En el sentido más amplio de profeta, refiriéndonos solo a alguien que nos revela a Dios y nos habla las palabras de Dios, Cristo, por supuesto, es verdadera y completamente un profeta. De hecho, él es aquel a quien los profetas del Antiguo Testamento prefiguraban en sus discursos y en sus acciones.