miércoles, 22 de agosto de 2018

HECHOS 17:22-34 EXEGESIS EN EL DISCURSO DE PABLO EN EL AEROPAGO DE ATENAS



Hch 17:22-34 RV1960: “Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos;  (23)  porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio.  (24)  El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas,  (25)  ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.  (26)  Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación;  (27)  para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.  (28)  Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos.  (29)  Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres.  (30)  Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;  (31)  por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.  (32)  Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez.  (33)  Y así Pablo salió de en medio de ellos.  (34)  Mas algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.”

Pablo al llegar a la ciudad cosmopolita de Atenas, una de las ciudades más intelectuales del mundo romano, cuna de la filosofía griega y de los más grandes filósofos de la antigüedad Sócrates, Platón, Aristóteles; emite un discurso dirigido a esa sociedad, una sociedad ateniense que adoraba a sus dioses desde hace siglos. Literalmente, eran muy temerosos de los demonios (grandes héroes que al morir fueron deificados). Tenían miedo de ofenderles; por eso fielmente les ofrecían sacrificios, adornaban sus estatuas, etc. Una vez más los Hechos de los apóstoles ponen de manifiesto cómo el odio y la persecución proporcionan nuevas posibilidades al Evangelio. Pablo llega como fugitivo a Atenas. Aun cuando ha desaparecido de esta ciudad el esplendor de un Pericles y la fama de la escuela de Platón, sin embargo, todavía se le asocia la idea de riqueza cultural y de grandeza espiritual. Los múltiples monumentos dan testimonio de la búsqueda y ansia de hombres dotados de disposiciones religiosas, siquiera se manifieste esto en ideas y fines divergentes entre sí. Hacía seiscientos años antes que Pablo pisara Atenas, hubo una peste terrible que no se podía detener de ninguna manera. Un poeta cretense, Epiménides, propuso un plan: que soltaran desde el Areópago un rebaño de ovejas blancas y negras, y donde se acostara cada una la sacrificaran al dios más cercano; y si no había ningún altar cerca, que la sacrificaran «A un dios desconocido.» De esa situación partió Pablo, el cual cita indirectamente a Epiménides. Hay una serie de pasos en su sermón:

INTRODUCCIÓN:

Extremadamente religioso (hös deisidaimonesterous). La Reina Valera de 1909 dice «más supersticiosos»; BAS y V.M., «muy religiosos».
Deisidaimön es una palabra neutra (de deidö, temer, y daimön, deidad). Los griegos la empleaban, bien en el sentido de piadoso o religioso, o bien en el malo de supersticioso. Thayer sugiere que Pablo la empleó «con una amable ambigüedad». Page cree que Lucas emplea esta palabra para representar los sentimientos religiosos de los atenienses (religiosus), que bordeaban con la superstición. La Vulgata tiene superstitiosiores. En Hch_25:19 Festo emplea el término deisidaimonia para «religión». Parece improbable que Pablo les diera un bofetón a sus oyentes al comenzar su discurso. La forma en que uno tome este adjetivo aquí colorea todo el discurso de Pablo ante el Consejo del Areópago. El comparativo aquí, como en el versículo Hch_17:21, significa más religioso que de costumbre (Robertson, Grammnar, págs. 664ss.), no expresándose el objeto de la comparación. Los atenienses tenían una tremenda reputación por su devoción a la religión, «llenos de ídolos» (v. Hch_17:16).



(1)    Dios no es hecho, sino Hacedor; y el Que lo ha hecho todo no puede ser adorado con cosas hechas por los hombres. Es un hecho que los hombres adoran muchas veces lo que ellos mismos han hecho. Si el dios de uno es aquello a lo que dedica todo su tiempo, su energía y su pensamiento, muchos adoran cosas hechas por los hombres. En el discurso de 17,22 ss, que se abre con el clásico «hombres de Atenas», Pablo a pesar de que «se consumía... en su interior viendo la ciudad repleta de ídolos» (17,16), encuentra unas palabras elogiosas para ponderar la religiosidad de sus oyentes. Se trata, con toda evidencia, de un recurso psicológico destinado a facilitar un contacto con su auditorio. En la predicación del Evangelio no se debería abordar a las personas con críticas negativas y juicios lesivos, sino que convendría estar dispuestos a ver y reconocer en su búsqueda y en sus empeños lo que para ellos es justo y sagrado. Sólo cuando el otro sienta que tenemos capacidad y voluntad de mostrarle respeto y comprensión, estará él también dispuesto a acoger nuestras palabras.

Pablo procede con tacto psicológico, sin embestir al oyente con eso que quiere anunciar. Dirige primero su atención al conocimiento de Dios. Sólo cuando la reverencia de Dios se posesiona del hombre, está éste dispuesto a escuchar también el mensaje que le habla en el Evangelio. Nuestro celo por la Iglesia ¿no adolece del efecto de que no pensamos suficientemente en este misterio fundamental de nuestra fe y nos perdemos demasiado en cuestiones secundarias y en problemas teológicos marginales? ¿No empleó Pablo un medio sumamente eficaz cuando refiriéndose al altar del Dios desconocido comenzó a interesar el ansia y la búsqueda de los hombres? No sabemos lo que pensaría el que puso en el altar la inscripción: «Al Dios desconocido.» ¿Estaba movido por el temor de pasar por alto a algún dios entre los numerosos dioses? ¿O se expresa en la inscripción la reverencia del mundo inaccesible de los dioses y de lo divino? No queremos olvidar que ya mucho tiempo antes de Pablo pensadores griegos trataban de avanzar hacia una elevada concepción y enunciación de Dios.

Pablo interpreta la inscripción en sentido del Dios único, del que él sabe por la Biblia, en tanto que judío creyente, y sobre todo como cristiano por el contacto con Cristo glorificado. No habla con sabiduría de escuela, sino como heraldo y testigo. Y sin embargo, recurre a la capacidad mental de sus oyentes, cuando de la omnipotencia absoluta del Creador deduce la gloria soberana de Dios, que no está encerrado en los estrechos límites de templos e imágenes y que, estando exento de necesidades, se abre a todas las necesidades del hombre.

El pensamiento helenístico y el bíblico se entrelazan cuando Pablo hace remontar a Dios la «vida» y «la respiración» de todos los seres. Se nos recuerda el relato bíblico de la creación, pero al mismo tiempo parece que se alude a una interpretación popular del nombre de Zeus, que en un himno viene ensalzado como el «viviente» y como «aliento de todas las criaturas». Pensamos en el Adán bíblico cuando se dice que los hombres proceden «de uno». La fe bíblica y la creencia griega se encuentran cuando se dice que Dios dirige las suertes de los hombres y en medio del cambio de los tiempos y lugares los hace habitar «sobre toda la faz de la tierra». La expresión lucana está en consonancia con unas palabras de Isaías (24,17), se halla también en Lucas 21:35.

 (2)    Dios es el Señor de -la Historia. Él estaba presente en el surgimiento y en la desaparición de las naciones del pasado, y su mano dirige el timón del presente. la idea fundamental de que Dios, en cuanto creador, es dador y no receptor, implica su libertad de toda necesidad, un pensamiento de la filosofía griega que remite a la escuela de Elea (Dibelius, Studies 42-43), pero que sólo aparece tardíamente en los LXX como premisa de la acción de gracias por el templo (2 Mac 14,35; 3 Mac 2,9). 26. hizo de uno: El contexto se opone a relacionar modalmente «él hizo» con «habitar» («él los hizo habitar»), sino que lo entiende (en continuidad con el v. 24) en el sentido de «él creó», que, en consecuencia, rige los verbos «habitar» y «buscar» como infinitivos asindéticos de finalidad. Las perspectivas bíblica y estoica se mezclan en ex henos, «de uno», que podría significar «un linaje» (neutro) o «un antepasado» (masculino). Prevalece la alusión al Génesis (Gn 1,27-28). los tiempos y los límites: De acuerdo con la misma fusión de perspectivas, estos términos podrían referirse tanto a las épocas y territorios de las naciones de la tierra (punto de vista bíblico; cf. Dn 8; Dt 32,8; Schneider; Wilson, Gentiles 201-05) como al ciclo de las estaciones y la zona habitable de la tierra (punto de vista filosófico; cf. Dibelius, Studies 29-34; Eltester, Haenchen, Weiser y la mayoría de los especialistas). El contexto y la comparación con 14,17 favorecen la última lectura. 27. con el fin de que buscaran a Dios: Claramente se refiere a la búsqueda intelectual del filósofo (Dibelius, Studies 32-33), no a la expresión con la que el AT se refiere a la obediencia y el culto (Dt 4,29 etc.). 28. uno de vuestros poetas: Es decir, el poeta estoico Arato (siglo III a.C.). La forma plural, utilizada por el Apóstol, parece aludir a un verso análogo del himno a Zeus escrito por Cleantes (también del siglo III a.C.), en su Phaenomena, probablemente por influencia del antiguo himno estoico de Cleantes (E. Lohse, New Testament Environment [Nashville 1976] 245).

 (3) Dios ha hecho a los hombres de tal manera que Le anhelan instintivamente y Le buscan a tientas en la oscuridad. Pablo barre con la cultura griega llamándola «los tiempos de esta ignorancia». Los griegos no pudieron hallar a Dios a pesar de toda su sabiduría y cultura (véase 1Co_1:18 ss). Dios ha ordenado a los hombres en todas partes que se arrepientan; y si se arrepienten y creen, Él los perdonará.

(4) Los días de ir a tientas y de la ignorancia han pasado. Cuando los seres humanos tenían que buscar en la sombra no podían conocer a Dios, y Él disculpaba sus necedades y errores; pero ahora, en Cristo, ha venido la plenitud del conocimiento de Dios y se ha terminado el tiempo de las disculpas.

(5) El Día del Juicio se acerca. La vida no es una marcha hacia la extinción como decían los epicúreos, ni hacia la absorción en la divinidad como decían los estoicos, sino un can-finar hacia el tribunal de Dios en el que Jesucristo es el Juez. Dios ha determinado un día de juicio y el Juez será su Hijo, Jesucristo. Dios lo demostró al levantarle de entre los muertos. Si confiamos en Cristo hoy, Él nos salvará; si le rechazamos, mañana Él nos juzgará.

Las reacciones de los oyentes fueron mixtas. Algunos se burlaron (esta es con frecuencia la actitud de la cultura y filosofía paganas); otros dejaron el asunto para más tarde; ¡pero algunos creyeron!
Este capítulo presenta tres actitudes diferentes hacia el evangelio, y encontramos estas actitudes en el mundo hoy. Algunas personas se oponen abiertamente a la Palabra; otros se mofan, burlan o posponen la toma de alguna decisión; y algunos reciben la Palabra y creen. Pablo persistió en seguir como siervo fiel y también debemos hacerlo nosotros «porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gál_6:9).

(6) La prueba de la Soberanía de Cristo está en la Resurrección. No se trata de aceptar a "un dios desconocido», sino al Cristo Resucitado que nos presenta el Evangelio. La parte final del discurso sólo puede verse correctamente en el contexto de toda la disputa. No tiene primariamente la intención de una elaboración teológica de la difícil cuestión de la situación de los que nunca han oído el evangelio. El discurso pretende referirse primordialmente al altar al dios no conocido (ver sobre vv. 22, 23). Este altar era una especie de culto precautorio; la adoración ofrecida a ese dios desconocido era con el fin de que la ciudad fuera librada de las catástrofes. Enfrentado con un hombre que argumentaba que to das estas precauciones estaban erradas y que por lo mismo presumiblemente eran ineficaces, cualquier buen pagano hubiera preguntado: “Si estamos tan equivocados, ¿por qué no hay una catástrofe o una plaga?” Es la pregunta que contesta el discurso. No había razón para una catástrofe, como ellos pensaban, por la ineficacia de su culto a los ídolos sino más bien por la misericordia de Dios al pasar por alto su ignorancia (nótese la vuelta al tema de la ignorancia). Ahora Dios quiere que todos los hombres, en todos los lugares, se arrepientan; la catástrofe no será alejada para siempre: ha establecido un día en el que ha de juzgar al mundo. La descripción más bien limitada de Jesús como el Hombre a quien ha designado probablemente haya sido un intento de evitar la impresión de que Jesús fuera sólo otro dios (ver sobre v. 18). De ese modo, asimismo, en vez de usar el sustantivo abstracto, “resurrección”, Pablo expuso claramente lo que quería decir con ello, demasiado claramente al parecer.

Una vez que los atenienses entendieron lo que Pablo quería decir realmente con “resurrección”, su discurso fue interrumpido abruptamente. Una cosa era la inmortalidad del alma divina, pero otra muy diferente que alguien creyera en la resucitación de cadáveres, lo que para los griegos habría parecido simplemente ingenuo y absurdo; por eso, unos se burlaban. La frase: Te oiremos acerca de esto en otra ocasión puede haber sido auténtica o sarcástica, pero hubo otro famoso caso en el que el concilio del Areópago evitó tomar una decisión ante un asesinato, postergando temporariamente el juicio ¡durante 100 años! Unas pocas personas respondieron positivamente entre las cuales estaba Dionisio, un miembro del concilio.

CONCLUSIÓN:

Las dos ideas fundamentales que Pablo hace resaltar en este discurso, conocimiento de Dios por la sola razón natural e importancia de la resurrección de Cristo para la credibilidad del Evangelio, las encontramos de nuevo claramente en sus cartas (cf. Rom_1:19-23; 1Co_15:14-15). También podemos ver en ellas, al menos insinuadas, esas otras ideas subalternas de la unidad de la especie humana y de la providencia de Dios en la historia, señalando a cada pueblo la duración de su existencia y los límites de sus dominios (v.26; cf. Rom_5:12-21; Efe_1:10-11). Parece que, mientras Pablo se mantuvo en el terreno filosófico, como fue a lo largo de toda la primera parte (v.24-29), sus oyentes le escucharon con más o menos curiosidad y atención. Incluso les agradarían esas citas de poetas griegos, de las que se vale para recalcar la idea de que Dios no está lejano a nosotros, como algo a que no es posible llegar, sino que vivimos como inmersos en él y somos linaje suyo v.13. Pero, al entrar en la segunda parte del discurso (v.30-31), que para Pablo era la más esencial, la cosa cambió totalmente. Comenzaba el elemento sobrenatural, y de esto aquellos orgullosos filósofos ni siquiera quisieron oír. La manera como lo cuenta San Lucas no puede ser más expresiva: “Cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se echaron a reír, otros dijeron: Te oiremos sobre esto otra vez” (v.32). Y Pablo ni siquiera pudo continuar el discurso.
La impresión que debió de causar en San Pablo este fracaso de Atenas tuvo que ser tremenda. Era la primera vez que se encontraba el mensaje cristiano con los representantes de la cultura paga-y el encuentro no pudo ser más desesperanzador. Pablo había intentado valerse incluso de las armas del buen decir, como lo muestran el exordio de su discurso y las alusiones a antiguos poetas griegos, y como resultado obtiene, no ya oposición y ataque, cosa que hubiera llevado mejor, sino la indiferencia más absoluta, con ese aire de superioridad despectiva que están rezumando aquellas frases: “unos se echaron a reír, y otros dijeron: Te oiremos sobre esto otra vez.” A buen seguro que este fracaso de Atenas contribuyó grandemente a que, en adelante, rechace en su predicación como inútiles las “artificiosas palabras” y los “persuasivos discursos de sabiduría humana,” pues “plugo a Dios salvar a los hombres por la locura de la predicación” (cf. 1Co_1:17.21; 1Co_2:4).
A pesar del fracaso, todavía logró convertir algunos, entre los cuales “estaban Dionisio Areopagita y una mujer llamada Damaris” (v.34). Nada más sabemos de esta mujer Damaris. Tampoco sabemos apenas nada de Dionisio Areopagita, quien, a juzgar por el sobrenombre, debía de ser miembro del Areópago. Eusebio dice que fue el primer obispo de Atenas 164, y una leyenda posterior lo identificó con otro Dionisio, obispo de París, martirizado en 250. Durante mucho tiempo se le atribuyeron diversos tratados teológico-místicos, que gozaron de gran difusión en la Edad Media, y que aparecen bajo su nombre; pero hoy está demostrado que esos escritos no son anteriores al siglo V.

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